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miércoles, 23 de abril de 2014

NACE BARCELONA MAYALIYA




El equipo de Barcelona Mayaliya 

 Lola & Pilar

 Christopher

 Shanta & María José

Te invita ahora también a descubrir la belleza, la realidad y la verdadera esencia de Barcelona y sus alrededores






Seremos tus anfitriones, en la "Barcelona que tiene poder", en la Catalunya del "seny i la rauxa" (buen sentido y arrebato).


¡Te esperamos!



martes, 22 de abril de 2014

LA VIDA EN UN TRI-SHAW



Siempre me he definido como una idealista e incluso, a veces, como una optimista estúpida. Bien, ya sea por una cosa u otra, la lucha contra el racismo me ha parecido siempre algo tan natural como respirar. Defender al más débil, para eso estamos, sin importarnos de qué color es su piel o qué lengua habla.

Mi vida, como a mi me gusta decir, es como un tren. Cada episodio es un vagón repleto de gentes que entran y salen a su antojo; aparecen y desaparecen e, incluso, reaparecen sin avisar en el tren de mi vida. Un tren de alta velocidad cuando el corazón me late con fuerza y mi cerebro no deja de fabricar ideas, proyectos, recuerdos, planes, sueños, aventuras, en una palabra, vida.

Un tren tartana, de cercanías, de esos que paran en todas las estaciones y no tienen prisa por llegar; eso soy yo cuando entro en un periodo de reflexión, de nostalgia, de tristeza, aburrimiento o simplemente vagancia, en pocas palabras,  esa también soy yo cuando vivo.

En mi afán inconsciente por vivir, por no perderme nada de un mundo tan extraño; en un afán involuntario por saborear cada minuto de mi vida, siempre me encuentro abriendo puertas que jamás cierro del todo al salir (nunca se sabe si volveremos a pasar por ahí, ¿verdad?).

En un afán por encontrar mi estabilidad, porque, al fin y al cabo, de eso se trata, he vivido mil y una experiencias, he sufrido mil y una decepciones, he reído y llorado, he sido feliz y tan infeliz a veces.

Como decía al principio, idealista yo, siempre acabo por meterme en historias en las que me toca luchar por ese más débil, porque para mi todos, absolutamente todos, somos iguales y, por consiguiente, merecemos el mismo trato.

¿Qué pasa, entonces, cuando de golpe, esa estúpida optimista o idealista estúpida u optimista idealista se convierte en un ser débil de raza blanca que alguien tiene que defender en un mundo en el que todo cuenta: el color, la lengua, una letra más o menos delante o detrás de un nombre imposible de pronunciar, un mundo, en definitiva, al que sólo se me permite acceder en tri-shaw cuando los demás viajan apretados, estrujados en destartalados autobuses que como espíritus dementes o asesinos corren veloces hacia ninguna parte porque la voluntad es divina y de los dioses depende siempre nuestro destino?.


1


"Madam, madam, are you going?"( Señora, señora, ¿vas?) -ese día, con un humor de perros, sólo me faltaban los tri-shaw persiguiéndome de forma pegajosamente obsesiva y, no menos, impertinente.

Necesitaba pensar y hacer ejercicio, así que me dispuse a andar. Pero, ¡oh, horror!, ¡una extranjera, una sudi (blanca) o sudu nona, caminando a pleno sol por las calles de Colombo!

Primero, el traca-traca de ese pequeño monstruo de tres ruedas que viene y, desde lejos, me percibe, me descubre, y, desde ese mismo instante, como si ese traca-traca fuera irreconocible o imperceptible, empieza su conductor a dar bocinazos aún más impertinentes y obsesivos: ¡mec-mec,mec-mec!.

Cuando, finalmente, te alcanza, por si acaso eres sordo o duro de oído, saca la cabeza fuera del vehículo invasor y, con una amplia sonrisa, empieza a repetir de forma incansable: "Madam, madam, are you going?"

¡Muy sorda y ciega o profundamente estúpida tendría que ser para no haberle oído ni visto, digo yo¡

¡PERO ES QUE QUIERO ANDAR; NO-QUIE-RO-IR-EN-TRI-SHAW¡
Dios, me entran ganas de gritar: ¡QUIERO ANDAR!

Le devuelvo una sonrisa y sigo caminando. Pero, no, me persigue, no me deja.

Finalmente, cuando decido indicarle con la mano y la cabeza que no, que sí voy, pero no con él, entonces nuestro fitipaldi de turno, sin dejar de sonreír, se aleja meneando visiblemente la cabeza al compás de ese incansable y tan sugerente traca-traca.

De nuevo, otro conductor se ha rendido a la evidencia de que soy una turista estúpida. Estoy convencida que, tanto yo como ellos, en momentos semejantes, pensamos exactamente lo mismo: pissu (locos).


2


"Malu, malu", andaba yo con una amiga por el mercado sin la intención de comprar nada en especial. La verdad es que, cuando uno se pasea por un mercado, siempre se va con algo en las manos: esas bananas que ayer costaban más caras, aquella papaya que ya ha madurado y que ahora ya no me cuesta más por ser sudi, blanca.

"Malu, malu", cantaban sin interrupción al borde de la carretera.
Y, sin mirar, aunque metidas de lleno en ese ambiente de colores, olores y voces sin igual, seguíamos hablando de nuestras cosas.

"Malu, maal..." y, a partir de ahí, mil y una imprecaciones, manos a la cabeza, ojos asustados. Entonces sí dejé de hablar y miré hacia donde hubiera tenido que mirar desde un buen principio, hacia abajo.

Los vendedores de pescado sin puesto fijo ponen a vender su pesca del día al borde de la carretera. Capazos llenos de pescado, de ese malu que, con suerte y ayuda de Dios, algunos transeúntes comprarán y permitirán subsistir a toda una familia o varias un día más.

Por no mirar dónde iba, metí la pata bien metida, nunca mejor dicho, y, con paso firme, sin evidentemente proponérmelo, pegué la peor patada de mi vida (hasta la fecha) y volqué la cesta repleta de pescado.

Había peces por todas partes, aunque la mayoría quedaron debajo de la cesta que yacía boca abajo: ¡Bendita Ley de Murphy!

¡Lo sentí tanto!. Hubiera querido fundirme. Desde un primer momento, me propuse pagar por el mal que ya estaba irremediablemente hecho.
Hay que ver lo qué somos los humanos y con qué rapidez podemos cambiar de humor, de sentimientos.

Toda mi pena y remordimiento se convirtió de repente en rabia difícil de contener cuando el entrometido de turno supuestamente vino a ayudar al pobre vendedor de malu que se había quedado sin habla al borde de las lágrimas.

Ese salvador de pacotilla empezó a chillarme sin reparar en gritos ni en palabras malsonantes (que aún sonaban peor a mis oídos de extranjera que encontraron la traducción simultánea a través de sus ojos, sus gritos y las miradas incrédulas de todos los que nos rodeaban).

De imbécil despistada me había convertido en asquerosa blanca desalmada y, naturalmente, rica. Así que, ¿por qué no pedirme una cantidad desorbitada por un pescado que, seguramente, a esa hora ya no se hubiera vendido y que ahora parecía cobrar vida? Entre gritos y miradas coléricas, los peces aún limpios saltaban como por arte de magia al charco más cercano, y es que, con gestos rápidos, mi amigo parecía David Copperfield, el Mago.

De un grito, paré lo que se había convertido en ritual y, ante la mirada incrédula de todos, dejé a mi amiga en prenda y me introduje corriendo hacia el interior del bullicioso mercado.

Me detuve ante el primer puesto de pescado que encontré y, con aire triunfante, pregunté cuánto costaba el kilo de pescado con el que acababa de tropezarme y al que aún no había sido presentada. Conseguí un precio y regresé vencedora, hice poner todo el pescado limpio en una bolsa y pagué su precio justo, pensé yo con orgullo.

Sólo cuando el pobre vendedor con una gran sonrisa de alivio en los labios me entregó mis cinco kilos de ese pescado cuyo nombre he preferido olvidar, me percaté de que el mismo señor que me había ayudado a conseguir el nombre y el precio del pescado en cuestión, aún no se había despegado de mi y no sé si será por una susceptibilidad exacerbada por lo que entonces supe que no había pagado el precio justo, sino el que ellos quisieron que yo pagara.
Me había pasado de lista.

De nuevo, me sentí no sólo muy blanca y fuera de lugar, sino increíblemente estúpida. Esas risas a carcajadas e incluso algunos aplausos me lo acabaron de confirmar. ¿Qué hacer? Con la poca dignidad que me quedaba, esbocé una gran sonrisa, pedí a mi amiga que me ayudara con esa pesada y apestosa bolsa y me batí en retirada.

A medida que me alejaba del bullicio, fui recobrando mi compostura y me atreví a pensar en qué hacer con tanto malu: ¿cocinarlo?, ¿congelarlo?, ¿tirarlo?, ¿secarlo al sol y guardarme uno como recordatorio perenne de mi absoluta imbecilidad?

Y, entonces, como si debiera demostrar que ya había aprendido la lección, miré hacia abajo y vi, frente al Templo, a una familia pidiendo limosna. Me acerqué.

"¿Malu?", pregunté, y con unos hermosos ojos brillantes, abiertos, muy abiertos, asintieron y cogieron la bolsa que les tendí.

Nuevamente, otro cambio de sentimientos y emociones.
Seguía siendo blanca e imbécil...pero ahora eso ya había dejado de importarme.

Y, de repente, en el país de las mil y una religiones, en el país donde todos esperan la ayuda de Dios, sentí que se había producido un milagro, el milagro de los peces (¡sin panes!).

(….)