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lunes, 9 de noviembre de 2015

Sri Lanka me gusta por...


Sigiriya, la roca del león, y su historia tienen una atracción especial sobre mí. Visitar Sri Lanka sin ir a Sigiriya es como viajar a Barcelona y no visitar la Sagrada Familia o ir a París y no ver la Torre Eiffel.




Y me enamoran por igual esas montañas alfombradas de verde, especialmente cuando baja la niebla y uno casi se transporta a la época en la que Thomas Lipton deleitaba a sus aristócratas invitados con una taza de ese dorado y humeante te.






Pero lo que realmente tiene cautivado mi corazón es el espíritu de Serendib de una isla hechicera y hechizada, repleta de descubrimientos inesperados a cada esquina, en cada recóndito rincón. 



La Isla que uno aprende a amar poco a poco. 



Un país que a nadie pertenece, la tierra de las contradicciones, una tierra que no debemos intentar entender, sólo vivirla, respirarla, una tierra que aparenta seguir adelante con una sonrisa y un tenue, sinuoso y misterioso meneo de cabeza, y avanzar de forma desenfadada y profunda, como si nada o todo estuviera pasando.





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